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Monseñor Armando Levoratti
El Msr. Armando J. Levoratti, destacado biblista argentino, cumplió 70 años en enero del 2003. Desde 1960 enseña Sagrada Escritura en el Seminario Mayor de La Plata. Es traductor bíblico, escritor y conferencista internacional. Actualmente coordina la preparación del Comentario Bíblico Latinoamericano. Este artículo repasa una vida dedicada a la difusión de la Biblia
Usted cursó estudios en el Seminario de La Plata, principalmente de filosofía, ¿en qué momento entró en el campo bíblico?
Una de las glorias del Seminario platense era Mons. Juan Straubinger, que hacia el 1950 publicó la primera traducción latinoamericana de toda la Biblia. Él enseñaba exégesis en los cursos teológicos, pero también nos daba clases de griego bíblico a los estudiantes de filosofía, de manera que lo tuve como profesor en el año 1951 y allí fue donde me interesé.
¿Después de La Plata dónde estudió?
En 1953, sin que yo lo esperara, me anunciaron que debía proseguir mis estudios en Roma. La teología que se enseñaba en la Universidad Gregoriana en aquella época preconciliar tenía un buen nivel, pero era más bien conservadora. Era la época en que florecían los estudios teológicos, bíblicos, patrísticos, litúrgicos y pastorales que prepararon el camino al Concilio Vaticano II y que muchos estudiantes de Teología leíamos con fruición.
¿Llevó cursos en Biblia también?
Sí. Una vez concluidos los estudios teológicos, decidí ingresar en el Pontificio Instituto Bíblico. Allí asistí a algunos cursos de exégesis del Antiguo y del Nuevo Testamento, pero me dediqué especialmente al estudio de las lenguas orientales. Me inicié en el conocimiento del hebreo y del arameo bíblicos, pero ocupé la mayor parte del tiempo en el estudio del sumerio, del acádico y del ugarítico. Al regresar a la Argentina, sentí la necesidad de profundizar mis conocimientos del hebreo y estudié varios años hebreo moderno en un instituto judío.
Los años 60 marcaron cambios fundamentales en la iglesia, ¿qué resultó en el área de Biblia?
Hasta 1960 la enseñanza de la Biblia en los seminarios tenía una orientación más bien apologética. Se presentaba a la Biblia como un libro “difícil”, que no podía ponerse en manos de “cualquiera”. En la catequesis y en las clases de religión se sustituía la Escritura con la “historia sagrada”. Los textos bíblicos más citados se espigaban fragmentariamente en los libros litúrgicos leídos en latín, y si alguien leía demasiado la Biblia se hacía sospechoso de ser proclive al protestantismo.
Este panorama empezó a cambiar en tiempos del Segundo Concilio Vaticano, sobre todo cuando Pablo VI estableció como deber primordial de “nosotros los obispos” hacer que la Biblia llegue a manos de los fieles y sea el alimento espiritual de todo el pueblo cristiano. Pero el Concilio planteaba además otro problema. De acuerdo con la reforma litúrgica, los textos bíblicos que antes se leían en latín debían leerse en lengua vernácula.
¿Cómo impactaron esas decisiones la agenda de la iglesia?
Se hizo indispensable realizar nuevas traducciones. El empleo del lenguaje más adecuado se convirtió entonces en tema de arduas discusiones, porque en América Latina había caído en desuso el “vosotros” y en lugar de él se decía “ustedes”. Muchos obispos pensaban que introducir el “ustedes” en las celebraciones y en los textos litúrgicos era empobrecer el idioma o quitar solemnidad al culto divino.
Por aquel entonces usted se involucró en traducción bíblica, ¿qué sucedió?
Para esa fecha nos habíamos propuesto hacer una traducción pastoral de todo el Nuevo Testamento, el debate sobre el lenguaje nos obligaba a realizar una doble traducción. En los textos litúrgicos se empleaba el “vosotros” y en la traducción del Nuevo Testamento el “ustedes”. Aquellos eran años de una gran efervescencia en el campo teológico, catequético, litúrgico y pastoral. La Biblia ocupaba cada vez más un lugar de privilegio en todas esas áreas y esto explica la excelente acogida que tuvo, a partir de 1968, la traducción del Nuevo Testamento publicada con el título de El Libro de la Nueva Alianza.
¿Este le llevó a proyectos adicionales?
Sí, el pueblo quería la Biblia completa. Por eso se lanzó el proyecto de completar la obra con la traducción del Antiguo Testamento.
¿Qué características reunía esa labor?
Era una empresa difícil y arriesgada, que insumió muchos años de intenso trabajo. En esta nueva situación, no tuve más remedio que dedicar muchas horas diarias a la traducción primero del Pentateuco, luego de los Salmos y finalmente de todo el resto del Primer Testamento. El trabajo duró hasta el año 1981, fecha en que se publicó por primera vez la Biblia completa, bajo el título de El Libro del Pueblo de Dios. En esta tarea me prestó una invalorable colaboración el P. Alfredo Trusso, con quien leímos y revisamos versículo por versículo y línea por línea todo el texto de la Biblia.
En esa época la Argentina vivía años dramáticos, ¿cómo les afectó?
Las dictaduras militares se sucedían unas tras otras y una represión salvaje trataba de poner freno a los movimientos revolucionarios y a los grupos terroristas. Muchos pensaban que la lucha armada era una vía legítima de acceso al poder, en cuanto respuesta a la violencia estructural de las instituciones capitalistas. Una etapa particularmente dolorosa de la historia argentina fue la guerra de las Malvinas, pero el fin de la guerra trajo al menos un resultado positivo: acabó con los golpes de estado y con las apetencias políticas de los militares.
La apertura de la era democrática me impulsó a escribir dos folletos: La Biblia para los políticos y gobernantes y La Biblia para el ciudadano. La inspiración me vino de un artículo en la que se hablaba del juramento prestado por las personas que accedían al poder. Muchos de ellos juraban con las manos puestas en la Biblia, pero después no tenían en cuenta las enseñanzas del Libro sobre el que habían expresado su compromiso patriótico. Años más tarde volví sobre el mismo tema desde una perspectiva más amplia en otro pequeño libro: Lectura Política de la Biblia.
En el año 1983 usted asumió la dirección de la Revista Bíblica Argentina, ¿qué implicó ese rol editorial?
A partir de entonces dediqué una buena parte de mi tiempo a esa tarea. La necesidad de hacer que la Revista Bíblica apareciera regularmente (cuatro números del año) me obligó a escribir numerosos artículos y una cantidad considerable de recensiones de libros. Más tarde, varias colecciones de aquellos artículos aparecieron en forma de libros (Hermenéutica y Teología, El Trabajo a la luz de la Biblia, El Tiempo de Dios).
Otro elemento importante en su compromiso con la difusión de la Biblia fue su participación en la Fundación Palabra de Vida. ¿Qué nos dice al respecto?
La Fundación tiene su razón de ser en la necesidad de ofrecer la Biblia a muy bajo precio a la gente de menores recursos. La publicación de El Libro del Pueblo de Dios había cumplido con el objetivo fundamental de poner el texto de la Biblia en un lenguaje comprensible para el pueblo, pero el tamaño de cualquier ejemplar de la Biblia hace que su valor comercial tenga que ser bastante elevado. Por lo tanto, era imposible lograr una difusión masiva de la Biblia si se mantenían los precios de librería. Con este propósito la Fundación pudo distribuir más de un millón de ejemplares de El Libro del Pueblo de Dios y varios millones de El Libro de la Nueva Alianza (el Nuevo Testamento).
En 1986 usted fue designado Consultor honorario de las Sociedades Bíblicas Unidas en el área de traducción de la Biblia, ¿puede contarnos algo de su labor en esta área?
En el último tercio del siglo XX se realizó una traducción enteramente nueva de la Biblia, según el principio de la “equivalencia dinámica” traduciendo de sentido a sentido y no palabra por palabra. Esta nueva versión, conocida con el nombre de Dios habla hoy, poco a poco se ha comenzado a usar en algunas iglesias protestantes y alcanzó una amplia difusión en las comunidades católicas de América Latina.
El segundo proyecto tuvo un trámite más complejo. Se trataba de publicar una “Biblia de estudio”, es decir, de añadir al texto de la Escritura introducciones y notas explicativas, hecho sin precedentes en las Sociedades Bíblicas Unidas. La tarea no era fácil, y para llevarla a cabo fue necesario vencer muchos prejuicios y fijar normas claras sobre las características de las notas y comentarios.
Este enfoque obligaba a proceder con mucho tacto, porque era necesario evitar los puntos de vista “confesionales”. En una primera etapa se decidió publicar el Nuevo Testamento y los Salmos. Me encomendaron el libro de Salmos y me llevó más de un año redactar la introducción y las notas al Salterio. Después yo debía encargarme de preparar las notas de la Biblia hebrea, y el P. Pedro Ortiz, SJ, profesor de exégesis bíblica en la Universidad Javeriana de Santafé de Bogotá, de los libros deuterocanónicos.
En América Latina el 40 % de la población no ha cumplido aún 15 años. ¿Se está haciendo algo para facilitar a tantos jóvenes la lectura de la Biblia?
Sí, efectivamente. Las Sociedades Bíblicas Unidas dieron un paso importante al publicar la versión de la Biblia “Dios habla Hoy”, que ha simplificado mucho el lenguaje de la traducción para hacerlo más comprensible. Además, en la llamada Biblia de Estudio ha proporcionado valiosas ayudas para facilitar la comprensión del mensaje. Pero hacía falta algo más, es decir, un texto más simple, accesible aun a los niños y adolescentes. Para tal fin se llevó a cabo una versión en lenguaje sencillo, que ya está publicada: Traducción en lenguaje actual. Mi participación en ese proyecto no fue muy intensa, pero preparé cuatro esbozos de traducción, que luego fueron utilizados para la redacción final. Dos de esos textos pertenecen a la Biblia hebrea (Levítico e Isaías), los otros dos son deuterocanónicos (Sabiduría y Eclesiástico).
Usted fue por muchos años miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, ¿cómo recibió esa designación?
En realidad la noticia me tomó de sorpresa, porque nunca había hecho nada para obtener esa designación, ni sabía a ciencia cierta cómo estaba constituida o cómo funcionaba dicha Comisión. Mientras me encontraba en Albuquerque (Nuevo México), preparando las notas a los profetas para la Biblia de Estudio, recibí una llamada telefónica de mi Arzobispo de entonces, Mons. Antonio Quarracino, en el que me comunicaba que había sido designado miembro de la Pontificia Comisión Bíblica.
La Comisión se reúne todos los años en Roma, generalmente en la segunda semana después de Pascua. Está constituida por diecinueve miembros y un secretario. Su presidente es el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
¿A su criterio cuál ha sido el aporte más destacado de la Comisión en los últimos años?
Cuando estaban por cumplirse los cien años de la encíclica Providentissimus Deus (1891) de León XIII y los cincuenta de la Divino afflante Spiritu (1943) de Pío XII, el Papa Juan Pablo II tenía interés en honrar aquellos dos aniversarios con un documento que estuviera a la altura de los publicados por sus predecesores. Se trataba de dar un nuevo impulso a los estudios bíblicos y de ayudar a los exégetas católicos en el complejo panorama que ofrecen hoy en día la hermenéutica bíblica y el “conflicto de las interpretaciones”. De aquella iniciativa pontificia nació el documento sobre La Interpretación de la Biblia en la Iglesia.
Es bien conocida la aceptación positiva que tuvo este documento. Recensiones favorables y a veces entusiastas aparecieron en numerosas revistas católicas y protestantes, y los exégetas católicos, en general, se sintieron estimulados a proseguir sus estudios en un clima de libertad y sana apertura. Los capítulos dedicados a las lecturas fundamentalista, femenina y liberacionista de la Biblia, quizá los más celebrados, fueron para muchos una agradable e inesperada sorpresa.
Usted se involucró en la preparación del Comentario Bíblico Internacional, ¿quién tomó esa iniciativa y cuál fue su papel en este proyecto?
Una tarde de 1994 me visitó en La Plata el Dr. William R. Farmer, quien era una persona agradable y emprendedora, y dotada de una extraordinaria capacidad de organización. Se trataba de hacer un comentario a la Biblia que fuera a la vez católico -es decir, universal- y ecuménico. Con ese fin, era necesario reunir colaboradores de los cinco continentes y pertenecientes a las distintas confesiones cristianas. Los colaboradores podían expresarse con toda libertad, respetando únicamente un reducido número de criterios básicos. Yo me hice cargo de la edición española. Gracias la admirable tenacidad de Dr. Farmer, al cabo de casi siete años de trabajo, el Comentario Bíblico Internacional estuvo terminado.
¿Qué sentido tiene hoy dedicar tanto tiempo y esfuerzo a la difusión de la Biblia?
A esta pregunta se puede responder de formas diversas y aun contradictorias. Pero hay una respuesta que parece imponerse por sí misma, sin muchas demostraciones.
La sociología contemporánea ha puesto en evidencia que toda sociedad está relacionada con un conjunto de esquemas y valores, con un “mundo de sentido simbólico”. Hay una correlación entre el “mundo de sentido simbólico” y los valores de una sociedad. La organización social de la vida se mueve en el marco de un orden religioso o de las proyecciones que hoy ocupan su lugar.
Este “mundo de sentido simbólico”, de tanta trascendencia en la organización y en la vida de la sociedad, muy raras veces y sólo parcialmente ha sido configurado por el mensaje del Evangelio. De ahí la necesidad de hacer que la Biblia salga del regazo de los grupos eclesiales, de los seminarios y los círculos académicos, de las celebraciones litúrgicas y las homilías dominicales, para que entre en la vida individual y colectiva y se realice, de hecho, política y socialmente.