Traducción de la Biblia 2 Núm. 2

(1992)

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ISBN: 1526-6907

Sociedades Bíblicas Unidas Volumen 2, número 2, Abril 1992

Editor: Plutarco Bonilla A.

Asistencia Editorial: Centro de Servicio para las Américas

Presentación

El presente número de Traducción de la Biblia pone a disposición del lector un conjunto de trabajos de especial relevancia para quienes estén envueltos en tareas de traducción.

Dos son los ensayos que componen la sección de artículos. Abre este aporte el Prof. Armando Levoratti con un instructivo artículo sobre “Traducción y traducciones de la Biblia”. En él destaca el hecho de que no hay una traducción del texto de la Sagrada Escritura que pueda considerarse como “la” traducción que convierte en inútiles a las restantes. Al contrario, afirma el P. Levoratti, ninguna traducción es capaz de reproducir en un idioma contemporáneo la riqueza de matices y de detalles que hay en el texto que llamamos original. Los juegos fonéticos que pueden llevar en sí mismos una carga semánticaq en el plano de las emociones, suelen ser intraducibles de un idioma a otro.

En el segundo, “Los traductores no nacen, se hacen”, el distinguido lingüista Dr. Eugenio Nida pone énfasis particular en la absoluta necesidad de que la persona que va a dedicarse a la traducción sea capaz de detectar las dificultades de interpretación que generalmente encierra el simple uso de una lengua, incluida la propia; y junto a ello, la capacidad de usar imaginativamente la lengua. Esta doble habilidad, acompañada de un sólido programa de entrenamiento especializado dará como resultado que haya excelentes traductores.

Una Nota corta del Dr. Samuel Pagán arroja luz sobre un problema candente que se había presentado en la época de Esdras: los matrimonios mixtos, de judíos con no judías (o de mujeres judías con hombres gentiles). Se señala aquí el significado de la prohibición y las serias consecuencias de la desobediencia.

En cuanto a reseñas críticas, el P. Beltrán Villegas nos ofrece una reseña del Nuevo Testamento y Salmos: Biblia de estudio, de las Sociedades Bíblicas Unidas (1990). En ella, luego de una breve reseña de la trayectoria de las Biblias publicadas por las SBU, el P. Villegas analiza con ojo crítico las introducciones y las notas que presenta la obra.

Y por último, presentamos la reseña de una Biblia de estudio de reciente aparición en el mercado de habla castellana. Se trata de la Biblia de estudio pentecostal. En esta, como su nombre lo indica, una Biblia de estudio de carácter confesional. El Dr. Pagán destaca, en su análisis, las ventajas y desventajas de un trabajo de esta naturaleza, tanto por los objetivos que persigue como por el público que puede beneficiarse de tal publicación.

La traducción y las traducciones de la Biblia

Armando J. Levoratti

El Dr. Levoratti es Profesor de Sagrada Escritura en el Seminario de La Plata, Argentina, y Asesor Honorario de Traducciones para las Sociedades Bíblicas Unidas en las Américas.

El título de esta breve comunicación tiene algo de enigmático. De ahí la necesidad de esclarecer la diferencia que se ha querido establecer mediante la oposición de un singular (“traducción”) y de un plural (“traducciones de la Biblia”).

Al hablar de “traducción”, nos referimos concretamente al acto de traducir, aplicando las reglas y métodos específicos de este tipo de actividad y teniendo en cuenta las dificultades que le son propias. Al usar la expresión

“traducciones”, hablamos, en cambio, de las versiones ya existentes o aún en proyecto, cuyas características dependen siempre de las necesidades prácticas que motivaron su ejecución.

Esta distinción nos ayudará a exponer con claridad el punto que nos interesa destacar. Porque de lo que se trata, en definitiva, es de mostrar que no se puede hablar propiamente de “la” traducción de la Biblia, dado que

(1) hay diversas maneras de traducirla, en función del tipo particular de versión que se desea ofrecer a un determinado grupo de lectores, y

(2) el rápido análisis de unas cuantas versiones nos permite ver, con relativa facilidad, las diferencias existentes entre unas y otras; diferencias, sobre todo, en el lenguaje empleado, porque cada traducción es elaborada con una finalidad específica, y esta finalidad (enunciada explícitamente o no) es la que guía y condiciona toda la actividad del traductor.

Una aclaración previa

Antes de explicitar estas dos ideas, tal vez sea conveniente recordar que ninguna traducción es el texto original. La afirmación es demasiado evidente para que sea necesario demostrarla con excesivo detenimiento. Sin embargo,

los que leen la Biblia en una traducción no siempre la tienen en cuenta lo suficiente, y por eso no está de más hacer algunas aclaraciones al respecto.

Estas aclaraciones pueden ser útiles tanto para los lectores corrientes como para los exégetas. Para los lectores creyentes, en primer lugar, porque ellos creen muchas veces, con la mejor buena fe, que la Biblia que tienen en sus manos es “la” Palabra de Dios, olvidando que en realidad se trata de una “traducción”.[1] Y también para el exégeta, porque si este no posee ciertas nociones básicas acerca de lo que es una traducción, puede estar reclamando una especie de imposible. El exégeta, en efecto, cuando expone el sentido de un texto bíblico, suele tener in mente el texto original, y quisiera que su auditorio dispusiera de una versión capaz de reproducir todos los matices lexicales, sintácticos y estilísticos del texto hebreo,

arameo o griego. Ahora bien: una cosa semejante no la puede proporcionar ninguna traducción, y en ello está la mejor prueba de que no es posible tener un conocimiento científico de la Sagrada Escritura sin un cierto dominio de las lenguas bíblicas.

Esta imposibilidad de lograr una perfecta y total adecuación entre el texto fuente y el texto traducido puede ser ilustrada con algunos ejemplos. 

Ejemplo 1: La fonética de las lenguas

Hay una amplia gama de efectos sonoros que se dan o pueden darse en todas las lenguas (por ejemplo, el ritmo, la aliteración, la rima consonante o asonante, etc.).[2] Pero esta expresividad particular del lenguaje no es idéntica en todos los idiomas, sino que funciona siempre en conformidad con el sistema fonológico de cada lengua; y cuando a los efectos sonoros se asocian determinados valores estilísticos, el sentido de las palabras se enriquece con la impresión provocada por el sonido. La onomatopeya, v. gr., como medio expresivo sonoro, añade un “plus” de significación al valor puramente semántico de las palabras, y lo mismo sucede con todos los elementos fónicos que confieren a los textos un colorido rítmico peculiar.

Estas impresiones producidas por la sonoridad del lenguaje adquieren una relevancia mucho mayor en los textos poéticos. Los poetas, por lo general, atribuyen gran importancia a los efectos musicales del lenguaje (de la musique avant toute chose, decía Paul Verlaine),[3] y es posible producir sutiles efectos de carácter estético haciendo resaltar el timbre de las distintas vocales o distribuyendo hábilmente los acentos. Cuando Góngora dice, por ejemplo,

Infames turbas de nocturnas aves

gimiendo tristes y volando graves

la repetición de la sílaba tur en los acentos rítmicos del primer endecasílabo contribuye eficazmente a que la cueva de Polifemo aparezca como un lugar lóbrego y sombrío. Y otro bello ejemplo en el que se conjugan sonido y sentido son los siguientes versos de Garcilaso, que para Dámaso Alonso constituyen “uno de los más grandes aciertos de la literatura española”:

En el silencio solo se escuchaba

un susurro de abejas que sonaba.

El silencio, aclara Dámaso Alonso, está expresado en estos versos por la repetición de las eses, mientras que la única erre, cuya fuerza evocativa se extiende a toda la palabra “susurro”, hace perceptible de algún modo el zumbido de las abejas.[4]

Otras veces, el impacto sonoro resulta tan intenso y expresivo que toda la significación parece quedar concentrada, más que en el valor semántico, en el sonido de las palabras. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando Leopoldo Lugones repite una y otra vez el sonido agudo y claro de las íes y el vibrante de la r con el fin de imitar, onomatopéyicamente, el trinar de un pájaro:

con su gritito conciso

como pizca de cristal.

En todos estos casos (y en todas las lenguas se pueden producir efectos más o menos semejantes), el sentido se ve claramente realzado por la estructura fonética. Y este principio encuentra una confirmación cada vez que el poder

evocador de las sensaciones sonoras motiva la creación de una nueva palabra, o desempeña un papel determinante en el afianzamiento de otras. Así podría explicarse, v. gr., por qué una palabra como zigzag ha tenido éxito (es decir, por qué pasó a formar parte del léxico castellano): quizá el secreto está en que esa palabra, mediante el cambio de las vocales entre dos consonantes que se repiten, sugiere eficazmente el trazo de la línea quebrada.

Ahora bien: casi ninguno de estos efectos poéticos puede ser trasplantado sin más de una lengua a otra. El traductor podrá, a lo sumo, afrontar el riesgo de producir en la lengua receptora algo más o menos parecido. Pero ninguna traducción logrará reproducir todos los rasgos del texto original, ya que para ello sería necesario transferir de una lengua a otra exactamente los mismos sonidos, cosa imposible, debido, entre otros motivos, a las diferencias existentes entre los sistemas fonológicos de las distintas lenguas.[5]

Ejemplo 2: El aspecto semántico

El nivel semántico de los signos lingűísticos (o plano del contenido, según la terminología del lingűista danés Luis Hjelmslev) también plantea serios problemas al traductor de la Biblia. Ante todo, porque con frecuencia resulta difícil determinar el significado exacto de algunas palabras que aparecen en los textos, y esta dificultad complica todavía más la ya ardua tarea de encontrar en las lenguas receptoras los equivalentes de los términos bíblicos. En este punto, hay algunos ejemplos que son bien conocidos: en primer lugar, algunas palabras hebreas como jésed, berit, basar, sédeq/sedaqá, shalom; y además, otras palabras griegas como jaris y eleuthería.[6] En otros casos, esta dificultad parece llegar a su punto más extremo, como pueden atestiguarlo todos los que han querido traducir de manera consistente y exacta los conceptos expresados por Pablo con las palabras dikaióo y dikaiosyne (que tradicionalmente han sido traducidos por “justificar” y “justicia”).

La razón de estas dificultades radica en la misma estructura de las distintas lenguas, ya que el significado de una palabra en una lengua y su presunto equivalente en otro idioma solo se recubren en forma parcial. En primer lugar, porque el léxico de una lengua no es un simple agregado de palabras (es decir, no está constituido por una suma de elementos totalmente aislados unos de otros), sino que posee una cierta organización, de manera que el significado de una palabra depende de su relación con otras palabras de la misma área semántica; y en segundo lugar, porque con mucha frecuencia las palabras incluyen connotaciones que no se corresponden con exactitud de una lengua a otra (cf., por ejemplo, la palabra griega agápe, que en el contexto del Nuevo Testamento tiene un sentido muy vagamente expresado al ser traducida por “amor” o “caridad”).

Pero el motivo último de esta inadecuación reside en un fenómeno que la filosofía del lenguaje y la lingűística han venido investigando con especial interés, sobre todo a partir de W. von Humboldt. Este fenómeno consiste en que las lenguas (en el sentido saussureano de la palabra lenguano son simples nomenclaturas. En efecto: según una concepción muy ingenua, pero bastante difundida, un idioma no sería otra cosa que un repertorio de palabras (es decir, de producciones vocales o gráficas), cada una de las cuales corresponde a una cosa del mundo real. La única diferencia de una lengua a otra estaría entonces en la selección y el agrupamiento de los sonidos empleados para “nombrar” las cosas. Por lo tanto, el que aprende un idioma distinto del suyo solo tendría que memorizar una nueva nomenclatura, en todo paralela a la de su lengua materna: español caballo, francés cheval, inglés horse, alemán Pferd, hebreo sus.

Esto es verdad, hasta cierto punto, cuando se trata de nombrar objetos concretos. Pero aun en estos casos no es difícil percibir la relativa arbitrariedad de algunas clasificaciones. Así, como muy bien lo señala A. Martinet, dentro de estas dos categorías: “agua que fluye” y “agua que no fluye”, todo el mundo advierte que es relativamente convencional la subdivisión en océanos, mares, ríos, arroyos, riachos, lagos, lagunas, estanques, etc. “La comunidad de civilización —sigue diciendo Martinet— produce, sin duda, el hecho de que para los occidentales el Mar Muerto sea un mar y el Gran Lago Salado, un lago, pero no impide que solo los franceses distingan entre un río que desemboca en el mar (fleuve) y un afluente que lleva sus aguas a otro río (riviere)”.[7]

Una exposición más completa de estas cuestiones excedería los límites de la presente nota. Es importante recordar, sin embargo, que los seres humanos no viven solo “en un mundo objetivo”, sino que el lenguaje “condiciona en gran medida nuestras reflexiones sobre los problemas y procesos sociales” y que el “mundo real” se construye “en forma inconsciente sobre los hábitos lingűísticos del grupo”.[8] Y una vez que se toma conciencia de este hecho, es relativamente fácil percibir las consecuencias para cualquier estudio

de semántica bíblica, y, más en particular, para la traducción de la Escritura.

La palabra griega parácletos

Un ejemplo muy simple nos ayudará a clarificar un poco más esta idea. En el Nuevo Testamento, la palabra parácletos es peculiar de los escritos joánicos. Según 1 Juan 2.1, Jesús es un parácletos que actúa como “intercesor” ante el Padre. Pero en otros cinco pasajes del cuarto evangelio, ese título se aplica a alguien que no es Jesús ni cumple la función de interceder.

Por otra parte, el análisis de los textos hace ver con toda claridad que se trata de un concepto polifacético. El parácletos es el “testigo” que defiende a Jesús, y esta función forense consiste en mostrar a los discípulos

que Jesús salió vencedor en el juicio que el “mundo” entabló contra él, mientras que el príncipe de este mundo salió derrotado. El aspecto forense es captado en parte por la palabra “abogado”, pero ese término no hace referencia al papel del parácletos como “maestro” y “consolador”. Quizá para obviar esta dificultad, san Jerónimo, en la versión latina llamada Vulgata, usó tres vocablos: advocatus, consolator y la transliteración Paracletus. Pero los traductores modernos, por lo general, tratan de ser consistentes en la elección de las equivalencias; y al encontrarse con que ninguna palabra de su propia lengua (como “abogado” o “consolador”), tomada aisladamente, expresa toda la riqueza del término joánico, optan con frecuencia por una simple transliteración, y emplean la palabra Paráclito, explicando en una nota al pie de página todos los aspectos semánticos involucrados en el término.[9]

Comunicación, Traducción y Transcodificación

Con estos presupuestos es posible exponer ahora con más detalle lo que ya fue enunciado al comienzo: hay distintas maneras de traducir la Biblia, y, por lo tanto, distintos tipos de traducciones. Para ello, conviene recordar que toda traducción forma parte de ese hecho humano universal que son los procesos de comunicación. Cualquier traducción, en efecto, no es más que un medio para hacer accesible a un receptor, o a un grupo de receptores, el contenido de un texto redactado originariamente en una lengua que él o ellos desconocen.

Esta enunciación un poco abstracta resultará mucho más clara si se tiene en cuenta el “modelo” de comunicación verbal elaborado por el lingűista R. Jakobson. En este modelo están incluidos los seis “factores inalienables de la comunicación verbal”:

Recuadro

Aunque el modelo es bastante claro a simple vista, conviene explicarlo un poco más detenidamente. Si se observa con atención el funcionamiento del lenguaje como medio de comunicación, se perciben de inmediato los factores constitutivos de todo proceso lingűístico. Un destinador (este término tiene un significado más específico que el de emisor, ya que implica intencionalidad, es decir, la voluntad de comunicar algo) envía un mensaje a un destinatario. Para ello utiliza un código compartido (al menos en parte) por el destinador y el destinatario, y esto requiere asimismo un contacto, un canal físico (oral o escrito) y una vinculación psicológica entre las partes del proceso comunicativo. Por último, también el contexto desempeña un papel fundamental, porque la comunicación se establece siempre en una situación dada, y es en esa situación real y concreta donde los signos lingűísticos se refieren a objetos determinados. 

Tipología de las traducciones

En este proceso de transcodificación o paso de una lengua a otra, el traductor moderno de la Biblia, a no ser que ignore por completo los principios más elementales de la teoría de la traducción,[10] tiene siempre presente el nivel cultural de sus destinatarios o posibles lectores. Por supuesto, no hay dos lectores que posean exactamente los mismos gustos literarios e idéntica capacidad de lectura. Sin embargo, es posible agrupar a los lectores en general, y por lo tanto también a los destinatarios de las traducciones bíblicas, en distintas categorías o estamentos, de acuerdo con su nivel socio-cultural. Esta diferenciación permite establecer por lo menos cuatro niveles, que determinarán la elección del lenguaje, el estilo y otras características de la traducción:

(1) En un primer nivel están las personas que poseen algunos conocimientos científicos de exégesis bíblica;

(2) luego vienen las personas que tienen una cierta formación literaria y una considerable capacidad de lectura;

(3) a la tercera categoría pertenecen las personas de cultura media;

(4) por último, también hay que tener en cuenta a las personas con baja alfabetización y hábitos de lectura poco o apenas desarrollados.

Tomando como principales puntos de referencia estos cuatro niveles socio-culturales, resulta fácil, por lo general, esbozar una tipología de las traducciones bíblicas existentes o posibles. Para elaborar esta tipología no hace falta recurrir a los criterios explícitamente formulados por los traductores. Porque muchas veces esa aclaración no se da en forma expresa, y, sobre todo, porque basta con leer el texto con una cierta atención para determinar las características de las distintas versiones. Por otra parte, ya hemos indicado que todos los traductores ejecutan siempre su tarea en función de ciertos criterios, y la especificación de esos criterios está determinada por la índole particular de los destinatarios.

Esta clasificación no pretende ser exhaustiva sino simplemente ilustrativa. Solo trata de mostrar cómo podría hacerse una tipificación, dejando para otra oportunidad la elaboración de una tipología más completa y sistemática. 

Clasificación A: Científica

A esta categoría pertenecen las traducciones que tienen como única finalidad proporcionar un punto de apoyo a un comentario científico de la Biblia. En su comentario al libro del Levítico, K. Elliger describe muy bien las características fundamentales de esta clase de versiones: lo que se busca, ante todo, es la exactitud (Genauigkeit), y esto, en correspondencia con el fin propio de un comentario científico (dem Zweck eines wissenschaftlichen Kommentars entsprechend). Por eso, Elliger ruega al lector que sepa disculpar “si alguna frase no es demasiado fluida, sobre todo cuando se trata de poner en evidencia el carácter compuesto de un texto”.[11] Por supuesto, cuando una traducción intenta reflejar con la mayor fidelidad posible todos los matices del texto fuente, la exactitud va en desmedro de la elegancia o fluidez. Además, el texto así traducido crea con frecuencia una “barrera lingűística” casi infranqueable para los lectores no iniciados. Pero como los destinatarios de estas traducciones son los exégetas (u otras personas que tienen algún conocimiento de exégesis científica), la competencia de los lectores permite superar las dificultades planteadas por textos de esta naturaleza.

Clasificación B: Tradicional

Aquí hay que mencionar las versiones que podríamos llamar “tradicionales” (Reina-Valera, Nácar-Colunga, Bover-Cantera). Estas traducciones, incluidas algunas más recientes, como la Biblia de Jerusalén en castellano, suelen oscilar entre: a) la búsqueda, en la medida de lo posible, de una coincidencia formal con los textos hebreos, arameos o griegos; b) la inevitable adaptación a la sintaxis y los modismos de la lengua receptora, dada la imposibilidad de traducirlo todo “al pie de la letra”; c) ciertos intentos de acomodación a las expectativas del lector “común”, a quien la versión está dirigida en primer lugar. Esta fluctuación en los criterios predominantes (a veces predomina uno, a veces otro) genera las “oscuridades” y “durezas” que caracterizan el estilo de tales versiones.[12]

Clasificación C: Equivalencia formal

Hay otras traducciones que siempre buscan la equivalencia formal, pero que extreman los recaudos para traducir con naturalidad, sin hacer violencia a la lengua receptora. Un excelente modelo de este tipo es la versión realizada en Francia por E. Osty. Vale la pena citar in extenso los criterios que el mismo traductor se fijó deliberadamente y mantuvo a lo largo de toda su obra, con admirable tenacidad:

“…nos hemos esforzado por escribir en francés todo lo que los autores sagrados han escrito en su lengua; no hemos añadido ni quitado nada. Hemos respetado el texto original hasta el escrúpulo, no recurriendo a correcciones o conjeturas sino en casos extremos… Cada uno de los vocablos de la Biblia ha sido estudiado, apreciado, pensado, prestando atención particular a los términos del vocabulario teológico. Una vez establecido el sentido, no nos hemos apartado de él, salvo en los casos en que el contexto exigía imperiosamente la adopción de otro término…[14]

Es probable que Osty, después de haber trabajado durante treinta años en completar su traducción de la Biblia, exagere un poco las posibilidades reales de esa versión (sobre todo, tratándose de un texto culturalmente tan alejado de nosotros como es el Antiguo Testamento). En efecto, ya hemos indicado que hay ciertos matices del texto que son intraducibles (un caso bien ilustrativo son los “juegos de palabras”, tan frecuentes en las llamadas “etimologías populares”) y que algunas características del original se pierden en cualquier traducción, sin que esto pueda evitarse. Es lo que sucede, para poner un ejemplo más, con los “textos corrompidos” (es decir, mal transmitidos por la tradición manuscrita) y con aquellos pasajes que en el original tienen una cierta indeterminación semántica y que por eso mismo pueden ser traducidos de distintas maneras. En todos estos casos, el traductor debe optar por uno de los sentidos posibles, y así el texto traducido añade una “determinación” que falta en el original.

De todas maneras, el excelente trabajo de Osty muestra bien a las claras que es posible proceder con un rigor que no siempre se percibe en algunas traducciones de la Biblia, sobre todo cuando el principio de la “equivalencia dinámica” se convierte en un expediente demasiado fácil para resolver algunos problemas. En muchos casos, el recurso a este principio resulta innecesario o incluso abusivo, porque con un poco de esfuerzo se puede lograr una buena equivalencia formal, sin forzar para nada las estructuras sintácticas y lexicales de la lengua receptora.

Para referirnos a un contexto más latinoamericano, podemos mencionar aquí la traducción de la Biblia realizada en la Argentina y publicada con el título de El Libro del Pueblo de Dios. En su realización se tomaron como base criterios bastante parecidos a los de E. Osty, aunque en el momento de aplicarlos se procedió con un poco más de flexibilidad. Como se trataba de una traducción destinada principalmente a la proclamación de la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, el lenguaje no podía apartarse demasiado de la “letra” de los textos originales; pero, al mismo tiempo, se procuró llevar a cabo una versión que pudiera ser leída por el pueblo. De ahí que se haya tenido muy en cuenta a los destinatarios más inmediatos de la traducción, a fin de proporcionarles un texto claro, sencillo y, en la medida de lo posible, adaptado a su propia manera de hablar.[15]

Clasificación D: Equivalencia dinámica

El objetivo de este tipo de traducciones consiste en presentar el texto bíblico de tal manera que resulte comprensible para los lectores de escasa cultura literaria. Para facilitar la lectura sin traicionar el sentido de los textos bíblicos, se evitan sistemáticamente los “arcaísmos” y expresiones extrañas, tan frecuentes en las versiones “tradicionales”. Incluso se renuncia a emplear ciertos términos corrientes en el lenguaje teológico o eclesiástico (como gracia, penitencia, justicia-justificación-justificar), y se trata de sustituirlos por otras expresiones más cercanas al lenguaje corriente, sin temor de recurrir, en ciertas ocasiones, a una breve paráfrasis. En una palabra: lo que se busca no es la “equivalencia formal” sino la “equivalencia dinámica”, aplicando como criterio fundamental el siguiente principio: “Para que una traducción sea fiel, debe comunicar lo que el autor quiso decir, y hacerlo dentro de los recursos del lenguaje con que cuenta el hablante de un idioma dado. El conocimiento que el lector tenga de su propio idioma será lo que más le ayude a comprender lo que lea”. A este tipo pertenecen las llamadas “versiones populares” o “traducciones a la lengua contemporánea”.

La experiencia demuestra que esta manera de traducir la Biblia ha encontrado y seguirá encontrando profundas esistencias en los lectores demasiado aferrados al estilo de las versiones antiguas. También es preciso reconocer que la búsqueda de “equivalencias dinámicas” es con frecuencia riesgosa, y no siempre se puede decir que los resultados obtenidos han sido logrados a plenitud. Pero, en principio, el criterio que preside la realización de tales versiones es objetivamente válido, y solo en virtud de un prejuicio demasiado arraigado es posible afirmar que se trata de un procedimiento indigno de ser aplicado a la traducción de la Biblia. Más aún: para que la Biblia llegue realmente a muchas personas con un bajo nivel de alfabetización, no hay medio más eficaz que ofrecerles una buena “versión popular” y acompañarlas en los comienzos de la lectura, hasta que puedan valerse por sí mismas. De lo contrario, se incurre en el error que ya ha sido señalado desde el comienzo: el de pensar que esta o aquella versión es “la” traducción de la Biblia, sin tener en cuenta las funciones específicas y los límites de cada versión, límites que, por lo demás, los mismos traductores son los primeros en reconocer.

Notas

1 Esto no quiere decir, obviamente, que el texto traducido de la Biblia no sea de ninguna manera la Palabra de Dios. En verdad lo es, pero solo en la medida en que la versión comunica con fidelidad el contenido de los textos canónicos.

2 La aliteración es la repetición de un sonido o de una serie de sonidos acústicamente semejantes, en una palabra o en un enunciado (por ejemplo, el silbo de los aires amorosos). La rima es la igualdad o semejanza de los sonidos en que acaban dos o más versos a partir de la última vocal acentuada. Si todos los sonidos son iguales, la rima es consonante; si la igualdad afecta solo a las vocales, la rima es asonante.

3 En su esfuerzo por trasladar a la poesía ciertas características de las partituras musicales, Verlaine trataba ciertamente de producir efectos poéticos con las cualidades musicales de los sonidos (cf., por ejemplo, estos famosos versos suyos: Les sanglots longs / des violons / de l’autome… [Los largos sollozos / de los violines / del otoño…]). Sin embargo, para los poetas simbolistas la música era algo más que sonido agradable y armonioso; era también orden, proporción y construcción arquitectónica; es decir, el arte más cercano a las matemáticas. De ahí que su influencia se extendía también a la composición del poema como totalidad.

4 Citado por W. Kayser en Interpretación y análisis de la obra literaria,(Madrid: Ed. Gredos, 1958), p. 163.

5 Ya Platón aludía al influjo de los sonidos en la formación de las palabras, cuando relacionaba la diferencia fónica de mikrós (pequeño) y makrós (grande) con la diferencia de sus respectivos significados: la i significaría lo diminuto y delicado; la a lo grande y poderoso. Posteriormente, algunos poetas fueron más lejos todavía, al atribuir a las vocales determinadas cualidades cromáticas. Un ejemplo famoso es el bien conocido Soneto de

las Vocales de Rimbaud, que intenta expresar las “fuerzas latentes” en los sonidos vocálicos: “A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul”. Por supuesto, es imposible llegar a un acuerdo en estas atribuciones, dado que la fuerza evocativa de las vocales varía fundamentalmente de una persona a otra. Sin embargo, el sueño de la poesía como “música perfecta” visitó con frecuencia a los poetas, en especial a los de la escuela simbolista: la palabra, simple acorde o nota musical, no vale por la información que transmite sino por el misterio que ayuda a presentir. Otras veces, en cambio, según lo hizo notar Rubén Darío, la música no está en la cadencia o en el timbre de las palabras, sino en el “interior” del poema: “Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es solo la idea, muchas veces” (Prosas profanas, Palabras liminares).

6 Las palabras hebreas suelen ser traducidas, respectivamente, por amor, misericordia o fidelidad, pacto o alianza, carne, justicia y paz; las griegas, por gracia o favor y libertad. Todos los traductores saben, sin embargo, que estas equivalencias son solo aproximativas, y que en la práctica es imposible traducir siempre la misma palabra griega o hebrea por la misma palabra castellana.

7 A. Martinet, Elementos de Lingüística General, (Madrid: Ed. Gredos, 1965), p. 18.

8 E. Sapir, “Language and Environment”, en Selected Writings of Edward Sapir, (Berkeley: 1958), p. 100. Para una discusión más detallada de estas ideas, cf. A. Schaff, Lenguaje y Conocimiento, (México: Grijalbo, 1957).

9 Cf. Raymond E. Brown, “The Paraclete in the Fourth Gospel”, en New Testament Studies, 13 (1967), pp. 113-132.

10 Cf. E. A. Nida, Bible Translating, (Londres: United Bible Societies, 1961).

11 Acerca de la Biblia de Jerusalén dice Otto Carrasquero Martínez (“Las versiones castellanas de la Biblia” en Revista Bíblica, 41/42 [1991] pp. 72-73): “Sobre esta versión expresa Ortiz García, historiador de la Biblia, que no es una versión estilísticamente irreprochable, pero que constituye un buen instrumento de trabajo, sobre todo por las notas, referencias e introducciones. Giorgetti concuerda con el criterio y agrega que es el mejor instrumento para el estudio de las Sagradas Escrituras, por su carácter más crítico que pastoral, pero destaca que el lenguaje utilizado no es el castellano escrito en América”.

12 Acerca de la Biblia de Jerusalén dice Otto Carrasquero Martínez (“Las versiones castellanas de la Biblia” en Revista Bíblica, 41/42 [1991] pp. 72-73): “Sobre esta versión expresa Ortiz García, historiador de la Biblia, que no es una versión estilísticamente irreprochable, pero que constituye un buen instrumento de trabajo, sobre todo por las notas, referencias e introducciones. Giorgetti concuerda con el criterio y agrega que es el mejor instrumento para el estudio de las Sagradas Escrituras, por su carácter más crítico que pastoral, pero destaca que el lenguaje utilizado no es el castellano escrito en América”.

13 Osty se refiere aquí a lo que suele denominarse “consistencia verbal”, es decir, la utilización del mismo término para traducir todos los textos donde aparece una determinada palabra hebrea, aramea o griega. Sin embargo, todos los traductores saben, y el mismo Osty lo reconoce, que este principio no puede ser llevado hasta sus últimas consecuencias sin incurrir en algún contrasentido. (Véase la nota 6 a esta comunicación.)

14 La Bible. Traduction francaise par Emile Osty avec la collaboration de Joseph Trinquet, (Paris: Seuil, 1973), prólogo.

Los traductores no nacen, se hacen

Eugenio A. Nida

El Dr. Nida es Lingűista, y Consultor de Traducciones para las Sociedades Bíblicas Unidas en las Américas.

La mayoría de la gente asume que si una persona habla bien dos idiomas, puede fácilmente interpretar o traducir de uno al otro. Hasta cierto punto, esto es verdad. Pero hay personas que hablan dos idiomas, y los hablan bien, y aun así tienen mucha dificultad en transferir información de una lengua a la otra. Un ranchero del sur de México, relativamente bien educado, que usaba la lengua tzeltal con fluidez para hablar con sus empleados, y era también competente para comunicarse eficazmente en español, su lengua natal, fue incapaz de traducir una oración del español al tzeltal. Intentó, con dificultad, encontrar las palabras, y finalmente salió con una oración en tzeltal que era una pobre equivalencia de lo que se había dicho en español. Una de las razones que explica esta dificultad parece ser el hecho de que él había aprendido las dos lenguas en contextos completamente diferentes. Además, el uso que hacía de ellas era, también, para enfrentar situaciones casi totalmente diferentes. Pero, aun con entrenamiento especial en las técnicas de traducción, parece que algunas personas tienen dificultad en comprender el principio de equivalencia del lenguaje. Por otra parte, hay personas que no parecieran ser candidatas a traductores, pero tienen ciertas capacidades para transferir mensajes de un idioma a otro. Con una cierta “dosis” de entrenamiento, estas personas pueden manejar con notable eficacia las técnicas requeridas.

He discutido este asunto de la habilidad de traducir con muchas personas, incluyendo a los directivos de seis importantes institutos de entrenamiento y con una docena, o más, de individuos responsables de seleccionar y dirigir programas de traducción. Cuando pregunté respecto a las cualidades que debe tener un traductor potencial, la respuesta típica que me dieron fue que tales individuos deben conocer bien dos idiomas y estar familiarizados con la materia que van a traducir o interpretar. Algunos mencionaron otra cualidad, la llamada “facilidad de palabra”, que es simplemente una natural habilidad para usar las palabras a fin de expresar las ideas eficazmente. Sin embargo, en discusiones posteriores, todos estos especialistas admitieron que es extremadamente difícil evaluar con anticipación el potencial de

una persona como traductora o intérprete. Hay varios exámenes o pruebas que se usan para esto, que toman en cuenta la inteligencia, el conocimiento del idioma, la amplitud de su formación literaria, y la habilidad para escribir eficazmente en la lengua materna. Pero ninguna de estas pruebas parece señalar con claridad cuán eficaz puede llegar a ser una persona como traductora. Aun si se les pide a traductores potenciales que traduzcan un texto de muestra, eso no arroja mucha luz sobre sus capacidades, pues hay mucha gente que tiene una idea errónea (debido en gran parte a su experiencia en la escuela) de lo que implica realmente hacer una traducción. No obstante, con base en tres o cuatro semanas de participación en un programa de entrenamiento para traductores, la mayoría de los directores de dichos programas puede predecir, con un alto grado de precisión, qué éxito va a tener como traductor la persona que se está preparando para ello.

Imaginación creativa

Cuando he tenido oportunidad para discutir plenamente con traductores experimentados y maestros de traducción respecto a cuál sería el elemento clave para el éxito de la traducción, parece que, en última instancia, el factor clave es la imaginación creativa. Algunas personas tienen esta capacidad, y otras simplemente no la tienen. Esta capacidad puede, de hecho, evaluarse con frecuencia respecto de la habilidad de una persona para entender mensajes en su lengua materna.

La imaginación creativa, en cuanto a la lengua, no es cuestión de “blanco o negro”, pues hay diversos grados de esta capacidad. Y una persona que tiene cierta habilidad innata en esta área, tendrá siempre la posibilidad de mejorarla con entrenamiento. Pero, sin cierta capacidad de nacimiento para entender y transmitir mensajes, el potencial de una persona como traductora ciertamente será limitado.

Capacidad para reconocer problemas

¿Qué queremos decir exactamente con la expresión “imaginación creativa”? En primer lugar, significa la capacidad para identificar problemas en el lenguaje fuente del texto, incluyendo especialmente la habilidad para detectar cosas que son difíciles de entender o que pueden tener más de un siginificado. Por ejemplo, es importante ver que la frase “el fundamento de los apóstoles y los profetas” (Efesios 2.20) puede tener dos significados muy diferentes. Ya sea que se trate del fundamento que los apóstoles y profetas pusieron, o el fundamento que consiste en lo que los apóstoles y profetas dijeron, o quizá aun de lo que ellos mismos fueron. Un buen traductor no necesita tener inmediatamente la respuesta correcta a los problemas, pero sí debe ser capaz de reconocer casi inmediatamente el hecho de que existe un problema y cuáles son los diferentes significados posibles. Después de esto, puede empezar a buscar los significados correctos, consultando buenos comentarios y otras fuentes confiables de información. A menos que quien traduce esté alerta de cuán engañosas son las palabras, sencillamente no será conciente de lo que no sabe y por lo tanto estará en peligro de cometer toda clase de errores.

Un traductor también debe ser capaz de identificar declaraciones que no tienen ningún sentido. Por ejemplo, en Efesios 3.8 Pablo afirma que él es “menos que el menor de todo el pueblo de Dios”. Es obviamente imposible ser “menos que el menor”; y para traducir esta declaración literalmente, en algunas lenguas daría como resultado algo que no tendría ningún sentido. Una persona que realmente tiene la capacidad para traducir necesita ser capaz de ver que, decir “menos que el menor” es sencillamente una forma de decir “el más pequeño”.

Un traductor también debe ser capaz de reconocer expresiones figurativas que a primera vista parecen completamente no figurativas. Por ejemplo, en Efesios 5.18 el texto habla de “ser llenos del Espíritu”. Muchas personas no reconocen esta frase como una figura del lenguaje. No obstante, es seguro que el Espíritu no es algo que puede ser vertido en el interior de una persona, de la misma forma que se vierte agua en una vasija o arena en una caja. Un traductor debe reconocer inmediatamente que esta es una forma figurativa del lenguaje, y por tanto explorar de qué manera el contenido

esencial de esta expresión puede ser presentado en otro idioma. Quizá sea necesario decir, por ejemplo, “ser completamente poseído por el Espíritu” o “dejar que el Espíritu dirija todo lo que él hace”. Una falla en reconocer expresiones figurativas dará como resultado traducciones completamente absurdas. Por ejemplo, en Efesios 2.14, “la pared” es simplemente una expresión figurativa para hablar de la enemistad y hostilidad que existía entre judíos y gentiles. Lo que la frase realmente significa es que por su muerte, Cristo eliminó la enemistad y hostilidad. Este es el significado que debe ser comunicado en la lengua de la traducción. En cuanto a forma, este significado debe acercarse lo más posible al texto original griego y, a la vez, debe hacerlo de tal modo que no sea mal interpretado por el lector común.

También es importante que los traductores reconozcan figuras del lenguaje mezcladas. De hecho, estas expresiones producen serios problemas al transferir pensamientos de una lengua a otra. En Efesios 3.17 (versión Reina-Valera Actualizada) el término “arraigados” en la expresión “arraigados y fundamentados en amor” sugiere no sólo un asunto de estabilidad, sino también, y mayormente, de la fuente de vida y vitalidad. A la vez, el término “fundamentados” parece referirse directamente a la base para el entendimiento del verdadero significado del amor de Cristo. En la versión Reina-Valera Revisada (1960), parte de la mezcla figurativa se elimina al decir “siendo arraigados y cimentados en amor”. (Sin embargo, en español actual, “cimentados” se refiere con frecuencia a la construcción de la base para un edificio.) La manera en que todo el significado contenido en la mezcla de figuras del lenguaje pueda ser mejor traducido en una cierta lengua, dependerá en gran parte de los recursos de la misma lengua; pero para el traductor potencial, lo que es importante es la sensibilidad para detectar tales mezclas de metáforas y la dificultad que estas suelen causar en otro idioma.

Otro problema que enfrentan quienes traducen es el de los significados “inesperados”. Algunas veces leemos un texto en nuestra propia lengua o en una lengua que hemos aprendido, como el griego o el hebreo, y no nos damos cuenta de los problemas potenciales de transferir ese significado a otra lengua. Por ejemplo, la frase “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 1.3) puede ser entendida en algunos idiomas para referirse a dos personas diferentes, “Dios” y “Padre”. Esta construcción, usando la palabra “y” en griego y en español, en realidad incluye dos referencias a la misma persona, por lo que en algunos idiomas esto debe ser interpretado como “Dios, que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo”. En algunos otros idiomas sería mejor expresarlo como: “Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo”.

Otra palabra que con frecuencia es engañosa es la palabra “recordar”, como en Efesios 1.16, “haciendo memoria de vosotros en mis oraciones”. ¿Significa esto que Pablo se había olvidado de la gente, y después, en sus oraciones, los recordó? El significado, por supuesto, es simplemente “le hablo a Dios de ustedes en mis oraciones”.

Aun los singulares y los plurales pueden causar alguna dificultad. Por ejemplo, en Efesios 5.25 la expresión “maridos, amad a vuestras mujeres” podría ser entendida como si los maridos, como grupo, debieran amar a sus esposas también en grupo —¡casi es una aprobación indirecta de la poligamia! El traductor necesita reconocer que el significado real aquí es que cada marido debe amar a su propia esposa.

Con base en todo lo que he dicho hasta aquí, debe estar claro que el traductor potencial debe también tener capacidad para reconocer contradicciones aparentes, o al menos expresiones que podrían aparecer como contradicciones en ciertos idiomas. La frase “sacrificio en olor fragante” (en Efesios 5.2) en realidad resulta contradictoria para mucha gente, pues los sacrificios normalmante eran quemados, al menos en parte, y el olor de carne, pelo y piel quemados, no pareciera ser “fragante” para la mayoría de la gente. La Versión Popular dice “sacrificio de olor agradable a Dios”. Es posible que la mayoría de la gente que habla español piense, al leer Reina-Valera, que los sacrificios tienen fragancia, pero para cualquiera que haya olido sacrificios quemados, tal expresión ciertamente presenta problemas.

En algunos casos es simplemente la forma en que traducimos una parte del texto la que sugiere contradicción con otra parte del mismo. Si en Efesios 5.26 traducimos el término griego regularmente usado para “santificar” o “consagrar” como “dedicado a Dios”, entonces habrá contradicción con el siguiente verso que dice que Cristo determinó presentar a la iglesia para si mismo.

Las expresiones contradictorias pueden surgir también al usar demasiadas palabras. Así, en la traducción de Efesios 6.5 el uso de una expresión tal como “amos terrenales” o “amos de acuerdo a la carne” puede causar dificultad. La gente puede preguntar, y con razón, “¿Qué clase de amos o jefes hay, que no sean terrenales o que no estén hechos de carne?” El texto griego tiene el término kurios, una palabra frecuentemente traducida como “Señor” y que es usada como el título de Cristo o Dios. Por lo tanto, la adición “de acuerdo a la carne” (que significa “humano”) para referirse a los señores de aquí a diferencia del Señor divino, es perfectamente apropiada en griego. Pero en otros idiomas es mejor usar un término ordinario y común que quiera decir “amo”, “jefe” o “patrón”, puesto que estos términos siempre incluyen el significado contenido en la expresión griega “ de acuerdo a la carne”.

Capacidad de percibir formas de comunicación

En segundo lugar, la imaginación creativa en relación con el lenguaje debe hacer referencia a la capacidad de percibir formas de comunicación significativas en un idioma particular. De hecho, un traductor siempre debe leer y estudiar la lengua fuente del texto a través de los lentes del color de la lengua a la que está traduciendo. En la discusión de “luz” y “tinieblas” en Efesios 5.8-14, debemos inmediatamente ser sensibles a los problemas que se pueden sucitar en el discurso figurativo al pensar en los tipos de “luz” y de “tinieblas” a los que nos podemos estar refiriendo. ¿De qué fuente proviene esa “luz”? ¿Del sol, del fuego, o de un foco? O, ¿se refiere más bien a la luz del día? De igual modo, ¿qué son las “tinieblas”? ¿Es lo oscuro de un cuarto o una cueva cerrada, o son las tinieblas de la noche? Los idiomas pueden tener diferentes términos para estos diversos tipos de luz y tinieblas, y debe haber diferencias significativas en lo que la gente entiende por estos términos.

Al hablar de “el amor de Cristo”, debemos saber si se trata del amor de una persona por Cristo, o del amor de Cristo por la gente. Y, ¿cuál es la calidad de ese “amor”? ¿Acaso es similar al amor de los padres a los hijos, o del esposo por la esposa, o del amor que una persona debe tenerse a sí misma? En español podemos usar el término “amor” para varias relaciones: “amar a la esposa”, “amar a Dios”, “amar el trabajo”, “amar la comida” (por mencionar unas cuantas), ideas que son expresadas en forma diferente en la mayoría de los otros idiomas.

La imaginación creativa por medio de la cual debemos comunicarnos en una cierta lengua, con frecuencia implica la capacidad de pensar en las circunstancias que subyacen a las expresiones figurativas. En Efesios 4.14 se les advierte a los creyentes que no sean más como niños “llevados por doquiera de cualquier oleaje o viento de doctrina”. ¿Cuál es la base real para este tipo de lenguaje figurado? ¿Debemos imaginarnos a una persona en un barco que es llevado por el oleaje y el viento, o debemos imaginar a un individuo nadando en un lago o estanque, o quizá en el océano? En varios idiomas, no podemos dejar las posibilidades abiertas en este punto, y por lo tanto es necesario elegir una equivalencia satisfactoria. En el contexto presente, esta se refleja mejor al asumir las circunstancias de una persona que va en un barco.

Como ya habíamos mencionado, las contradicciones figurativas son bastante difíciles de entender en la lengua fuente, y resultan más difíciles cuando tratamos de traducirlas a otra lengua. En Efesios 2.21 es Jesucristo por quien “todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”. No es muy difícil en varios idiomas hablar de “todo el edificio, bien coordinado”, sin embargo puede ser mejor expresarlo como causativo, por ejemplo, “que hace que el edificio permanezca junto”. Pero, ¿cómo podemos hablar de un edificio que va creciendo? Es obvio que los edificios no son plantas vivientes. Generalmente, en tales casos tenemos que dejar de lado el significado figurativo de “creciendo” y simplemente usar la expresión causativa, “él propicia que se haga más grande”.

Conclusión

Decir que “los traductores nacen, no se hacen”, no significa que una persona con un potencial real para llegar a ser traductora será capaz automáticamente de reconocer todos los problemas y dar las mejores soluciones para ellos. No, por supuesto. De hecho, muchas personas con mucho potencial para llegar a ser excelentes traductoras, pueden, al principio, resultar con textos pobres o inexpresivos, simplemente porque nunca se habían dado cuenta de lo que una traducción verdaderamente significativa puede o debe ser. Su experiencia en la escuela, y la actitud de muchos líderes de la iglesia en insistir en el uso de traducciones tradicionales y a veces sin sentido, ha condicionado con frecuencia a la gente a pensar que al menos para la Biblia, cualquier cosa que tiene sentido es sospechosa. Quizá una clave para la habilidad potencial de una persona como traductora, es su profunda insatisfacción con las traducciones existentes, y un sentido del uso creativo de las palabras que deberían usarse para explicar a la gente lo que esa inexpresiva traducción sin sentido está tratando realmente de decir. En última instancia, solo las personas con capacidad inusual para el uso creativo de las palabras pueden producir traducciones sobresalientes, y una de las grandes responsabilidades de las Sociedades Bíblicas es buscar, animar y entrenar a la gente que tiene estos dones necesarios para hacer magníficas traducciones.

Nota corta

Una crisis matrimonial y una oración de confesión: Esdras 9.1-15

Samuel Pagán

El Dr. Pagán es Consultor de Traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas en las Américas.

La traducción adecuada del capítulo 9 del libro de Esdras requiere una identificación precisa de la estructura del pasaje; además, es necesaria la comprensión de una serie de términos y frases que pueden resultar ambiguas o complejas en algunas traducciones de la Biblia al castellano.

El capítulo puede dividirse en dos secciones importantes: la primera revela la crisis de los matrimonios en Jerusalén (vv. 1-5); la segunda presenta la oración de confesión pública de Esdras por los pecados del pueblo (vv. 6-15).

El relato comienza con el informe que una delegación de “los príncipes” (RVR) o “los jefes” (DHH) del pueblo llevó a Esdras, en torno a la situación matrimonial en Israel: el pueblo, los sacerdotes y los levitas se habían casado con mujeres extranjeras. El capítulo finaliza con una afirmación de la justicia de Dios.

La expresión “acabadas estas cosas” (v. 1) une de los relatos de los capítulos 8 y 9 (cf. 8.33-34,36). Algunos estudiosos piensan que esa expresión se relaciona con la narración que se encuentra en Nehemías 8. Los “príncipes” son posiblemente los líderes de los grupos de laicos, sacerdotes y levitas. Los “pueblos de las tierras” (RVR) o “la gente del país” (DHH) se identifican con una lista de naciones vecinas de Judá. Listas similares aparecen ocasionalmente en el Antiguo Testamento (véanse Éxodo 3.8,17; 33.2; Deuteronomio 7.1).

Un aspecto importante en la comprensión del relato es la cronología que presenta. De acuerdo con el texto bíblico, la asamblea de exiliados se celebró el vigésimo día del mes noveno (Esd 10.9); sin embargo, Esdras llegó a Jerusalén el primer día del mes quinto (Esd 8.33). Entre un acontecimiento y otro, transcurren más de cuatro meses. Durante este período, Esdras tuvo la oportunidad de conocer la realidad social, política, económica y religiosa de la comunidad. ¿Por qué, entonces, luego de más de cuatro meses, los líderes tienen que informarle sobre la situación de los matrimonios mixtos?

Algunos estudiosos piensan que Esdras estuvo muy ocupado en la enseñanza de la Ley durante todo ese tiempo. Su celo por la educación del pueblo le impidió percatarse del problema de los matrimonios mixtos. Otros intérpretes indican que durante ese tiempo se llevaron a cabo los acontecimientos que se describen en Nehemías 8, que culminan con la lectura de la Ley de Moisés al pueblo.

El informe de los líderes del pueblo a Esdras hace referencia a la ley sobre los matrimonios que se encuentra en Dt 7.1-5 (cf. Ex 34.11-17). Esa ley relaciona los matrimonios mixtos con la idolatría y la infidelidad a Dios. En un momento cuando la comunidad postexílica estaba en un proceso de reorganización cúltica y comunitaria, los matrimonios mixtos eran una amenaza seria a las obras de restauración nacional llevadas a cabo por Esdras; se relacionaba la situación matrimonial con las prácticas religiosas abominables de los pueblos no judíos. Un componente importante para comprender de forma adecuada la reacción de Esdras ante el problema puede estar relacionado con el comentario que se incluye en Malaquías 2.10-16. En ese texto se indica que algunos judíos abandonaron a sus esposas judías, para casarse con mujeres extranjeras.

La expresión “linaje santo” (RVR, 9.2) es una posible referencia a la teología de la elección (véase Ex 19.6), y no una manifestación de prejuicio racial. El pueblo de Israel fue escogido por Dios, de acuerdo con el testimonio bíblico, para ser un testigo del poder divino, y para ser luz a las naciones (véase Isaías 42.6).

La reacción de Esdras al informe de los líderes del pueblo fue de dolor, angustia y humillación: se rasgó el vestido y el manto, se arrancó los pelos de la cabeza y la barba, y, posteriormente, en la hora del sacrificio, oró a Dios. Esa reacción es similar a la de Jeremías o Ezequiel, quienes acompañaban sus mensajes proféticos con dramas y símbolos (véanse Jeremías 27; Ezequiel 3.22-27). En los vv. 3-5, Esdras llama la atención del pueblo para que comprenda la gravedad de la acusación. El rasgarse los vestidos era una señal de luto y dolor (véanse Génesis 37.34; 2 Samuel 1.11; Job 1.20), así como arrancarse los cabellos (véanse Job 1.20; Is 22.12; Jer 16.6; 41.5; Ez 7.18). El vestido y el manto eran las dos prendas de vestir principales para los judíos.

Esdras estuvo angustiado y deprimido en presencia de todo el pueblo, hasta la hora de los sacrificios de la tarde -como a las 3:00 p.m. (véase Ex 29.38-41)-, cuando se “levantó de su aflicción” (RVR, v. 5) o se recuperó de su “depresión” (DHH) y comenzó su oración de humillación por el pueblo. La oración de Esdras continúa el simbolismo y el drama: la hizo de rodillas y con las manos extendidas.

Esa oración, que se encuentra en los vv. 6-15, es de petición e intercesión; además, hace un análisis de la historia del pueblo. Según esa oración, toda la historia de Israel ha estado caracterizada por el pecado y las iniquidades (vv. 6-7a). Esa actitud persistente de infidelidad a Dios fue la que produjo la caída de Judá y el exilio en Babilonia (v. 7).

La evaluación teológica de la historia brindó la perspectiva necesaria para interpretar la condición del pueblo en los tiempos de Esdras. Luego del dolor del cautiverio en Babilonia, la misericordia de Dios se manifestó en la vida de un remanente del pueblo en Jerusalén (v. 8), y en las decisiones del imperio persa que favorecían a ese remanente del pueblo de Israel (v. 9). El resultado de la misericordia de Dios fue la reconstrucción del templo de Jerusalén (v. 9).

La oración de Esdras continúa con una nota de preocupación (vv. 10-11). Por un lado, la bondad de Dios hizo posible la restauración del Templo; por el otro, un nuevo acto de infidelidad de parte del pueblo pone en peligro el futuro del remanente. De acuerdo con la oración, el pueblo ha vuelto a desobedecer los mandamientos de Dios, al unirse en matrimonio con mujeres extranjeras. Ese acto de transgresión puede indignar a Dios, quien, a su vez, puede consumir al pueblo, sin que quede ni siquiera el remanente (v. 14). La oración finaliza con una doxología que celebra la justicia de Dios (v. 15).

Esta oración, que comienza en primera persona singular y rápidamente cambia al plural, posiblemente forma parte de un material conocido por los estudiosos como las “Memorias de Esdras”. Algunos exégetas, basados en la importancia y uso de las oraciones en los libros de Crónicas, indican que es producto del autor cronista. Destacan, además, que en la oración se manifiestan el estilo y el vocabulario del cronista. Sin embargo, esos componentes temáticos y estilísticos en la oración pueden ser parte del estilo literario de la época. Luego del exilio, la confesión de pecados tomó un modelo literario similar al de la oración de Esdras (véanse Neh 1.5-11; 9.6-38; Daniel 9.4-19; Baruc 1.15—3.8).

En la oración, Esdras se dirige no solo a Dios, sino también al pueblo. En ella manifiesta un tono homilético. Era una oración que el pueblo debía escuchar. Los vv. 11-12 son un compendio de frases e ideas de diversos libros de la Biblia que se atribuyen a los profetas (véanse Dt 7.13; 11.8; 23.6; 2 Reyes 21.16; Is 1.19), y el v. 14 presenta dos preguntas retóricas que reclaman el arrepentimiento del pueblo.

Reseñas Críticas

Nuevo Testamento y Salmos: Biblia de estudio

Sociedades Bíblicas Unidas, 1990, 807 pp.

Beltrán Villegas M.

El Sr. Beltrán Villegas M., ss.cc., es profesor de Ciencias Bíblicas en la Universidad Católica de Chile y miembro de los equipos teológicos de CELAM.

Es ya realmente un agrado el simple hecho de tener este libro entre las manos y mirarlo. La diagramación, el tamaño de la letra y la calidad del papel hacen de este volumen una verdadera obra maestra de la gráfica. No es frecuente que se destaque tan visiblemente la dignidad de la Palabra de Dios.

Durante largo tiempo las Sociedades Bíblicas Unidas (SBU) se limitaron programáticamente a la difusión del “texto desnudo” de la Biblia (entera o de algunos libros que la componen). A lo más, añadían referencias a los lugares bíblicos paralelos o de contenido análogo. Esto, cuando se contaba con lo que podríamos llamar un “texto reconocidamente normativo” (como era la versión española de Reina y Valera para las comunidades hispanoparlantes vinculadas con la Reforma), podía llevarse a cabo sin mayor problema. Pero a medida que los fueros de la crítica textual se impusieron universalmente, se impuso también la necesidad de señalar en nota, las variantes textuales de mayor monta ofrecidas por la tradición manuscrita. Y casi al mismo tiempo se tomó conciencia, también universalmente, de otros tres hechos de gran

trascendencia: primero, que toda traducción es una interpretación, no necesariamente la única posible, del texto original (lo que de suyo postula la necesidad de señalar las interpretaciones alternativas); segundo, que con frecuencia el texto bíblico se refiere, v. gr., a instituciones y a unidades de valor o de medida muy diversas de las hoy vigentes, o contiene nombres propios de personas y lugares que no son familiares para el lector corriente (lo que invita a añadir notas que den, respectivamente, las equivalencias o las identificaciones indispensables); por último, que toda lengua es una realidad viva que varía, no solo con el correr del tiempo, sino también de acuerdo con los lugares geográficos y -sobre todo- con los “lugares” culturales (lo que obliga a que las traducciones estén vacadas en el tipo de lengua que realmente usan y entienden sus destinatarios).

Este conjunto de factores ha inducido a las SBU a un vasto programa de renovación de sus métodos y realizaciones. Nunca se ponderará suficientemente la contribución que ellas han hecho en el ámbito de una “traductología” basada en sólidos principios de lingűística científica: basta con recordar que toda la obra señera de E. Nida se ha desarrollado al interior de las SBU y en función de los objetivos que ellas persiguen. Fruto maduro de este esfuerzo ha sido el conjunto de nuevas versiones a todas las grandes lenguas del mundo cristiano (español, francés, inglés, alemán, italiano, portugués), dominadas todas por la búsqueda sistemática y científica del recurso al vocabulario y a los giros hoy en uso en cada una de esas lenguas. Para los lectores de Hispanoamérica se preparó esa edición titulada “Dios Habla Hoy” que merecidamente ha tenido tanta aceptación.

Un paso más en la dirección postulada por los hechos arriba mencionados lo constituye la preparación y edición de una “Biblia de estudio” (análoga a la clásica “Biblia de Jerusalén” y a la “Traduction Oecuménique de la Bible” [TOB]), dotada de introducciones sobre la índole de cada libro o conjunto de libros, y de abundantes notas de carácter informativo o explicativo. Se trata de un trabajo que muy pronto se completará, y del cual el volumen que estamos presentando constituye una primicia.

Es, evidentemente, imposible ofrecer aquí una evaluación detallada tanto de las introducciones como de las notas del presente tomo. A mi juicio, las diversas introducciones referentes al Nuevo Testamento son más satisfactorias que las que preceden a los Salmos (tanto al conjunto como a cada poema). Las introducciones al Nuevo Testamento acogen sin remilgos las posturas histórico-literarias más generalmente admitidas por la crítica bíblica contemporánea sobre el origen de los diversos libros (v. gr., de los Evangelios de Mateo y Juan, de algunas Cartas de Pablo, como 2 Tesalonicenses, Colosenses, Efesios y Pastorales, de la 2ª carta de Pedro o del Apocalipsis), y ofrecen una visión suficientemente individualizada de las perspectivas propias de cada escrito. Por cierto, no se pretende nunca plantear opiniones originales ni presentar como certezas definitivas lo que por su naturaleza misma pertenece a la esfera de las hipótesis científicas. Pero el mero hecho de aceptar la legitimidad de los planteamientos críticos basados en consideraciones históricas y literarias, constituye un mérito digno de destacarse. Solo que cabe preguntarse si el tono excesivamente simple y sin relieve con que se proponen los postulados y conclusiones del estudio crítico de la Biblia, contribuirá con eficacia a disipar los supuestos de esa mentalidad “fundamentalista” que caracteriza a tantos posibles destinatarios de esta obra: mentalidad para la cual la Biblia, por ser Palabra de Dios, no está sujeta a los condicionamientos que detectan las ciencias históricas y literarias; mentalidad para la cual, por consiguiente, en el caso de la Biblia no rigen los principios válidos para la lectura o estudio de cualquier libro humano.

Una palabra sobre las notas. Prácticamente siempre son ellas útiles y constituyen una ayuda preciosa para la comprensión del texto. En virtud de una opción programática, ellas quieren dar ante todo “breves informaciones que ayudan a captar mejor el sentido de ciertos términos, las alusiones a situaciones poco familiares al lector moderno” (p. 1), sin llegar, sin embargo, al ámbito propiamente “interpretativo”, que se deja a la responsabilidad del lector. Obviamente, las fronteras son aquí imposibles de trazar con exactitud matemática, por lo que cabe a veces preguntarse si no se ha restringido o ampliado indebidamente el campo de la “explicación no interpretativa”. En otros términos, se pisa aquí un terreno del que resulta imposible excluir cierta dosis de subjetividad en las opciones concretas. Pero, sumando y restando, puede afirmarse que la índole de las notas se ajusta a esa búsqueda de la “objetividad” (y de respeto a las opciones personales del lector) que es, sin duda alguna, uno de los rasgos más característicos del “proyecto fundacional” de las SBU, y que hace de sus realizaciones -y en particular de la que comentamos- un factor valiosísimo para el progreso del ecumenismo.

Biblia de estudio pentecostal

Samuel Pagán

El Dr. Pagán es Consultor de Traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas en las Américas.

Presentación

En 1991, Editorial Vida publicó una edición del Nuevo Testamento llamado Biblia de estudio pentecostal. El texto bíblico usado como base es el de la Nueva Versión Internacional (NVI, 1990). Entre las personas que trabajaron en ese proyecto identificamos las siguientes: Lorenzo Triplett, director ejecutivo; Donald C. Stamps, redactor general; J. Wesley Adams, redactor auxiliar; y Carlos Stewart R., redactor encargado de la traducción en español.

De acuerdo con el “Prefacio del autor”, el origen de esta Biblia de estudio hay que hallarlo en “una visión y urgente llamado de Dios” que tuvo el misionero Donald C. Stamps, mientras vivía en Brasil. El Rev. Stamps se percató de que “los obreros cristianos necesitaban una Biblia que los dirigiera en su pensamiento y su predicación”. Posteriormente se dio cuenta de que en Estados Unidos los pastores y los laicos deseaban una Biblia “que tuviera notas con un enfoque pentecostal” (p. ix).

Según el prefacio, la Biblia de estudio pentecostal lleva ese nombre porque se basa en tres convicciones fundamentales: primera, el Espíritu Santo inspiró toda la revelación original de Cristo y los apóstoles; segunda, corresponde a cada generación de creyentes no solo aceptar el Nuevo Testamento como la Palabra inspirada por Dios, sino tratar de reproducir, con sinceridad, en cada vida y en las congregaciones, la fe, la devoción y el poder que demostraron los fieles de la iglesia primitiva; y tercera, la iglesia conocerá profundamente el poder del reino y la vida en el Espíritu Santo solo al buscar de todo corazón la justicia y la santidad que Dios estableció en el NT como su norma y voluntad para todo creyente (p. iv).

Objetivos

El objetivo principal de esta Biblia de estudio es guiar al lector a una fe más profunda en el mensaje apostólico del NT y a una mayor expectativa de una experiencia como la que tuvieron los creyentes del NT. Junto a ese objetivo fundamental, el autor del material de estudio espera que todos los lectores anhelen tener “todo lo que caracterizó a la iglesia del NT: devoción a Dios, fervor para acercarse al Cristo resucitado, confianza inconmovible en la Palabra de Dios y amor en ella, celo por la verdad y la justicia, cuidado mutuo de los creyentes, compasión por los perdidos, dedicación a la vida de oración ferviente, deseo intenso de santidad, los dones espirituales, urgencia por predicar el evangelio a todas las naciones y esperanza en el retorno inminente de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (pp. ix-x).

En la sección “Cómo usar la Biblia de estudio pentecostal”, se identifica otro objetivo: “ayudar al lector a obtener una comprensión más amplia de las verdades de la Palabra de Dios, por la cual puede crecer en amor, pureza y fe en el Señor Jesucristo” (p. xi).

Los objetivos mismos identificados por los autores y editores de esta edición ponen de manifiesto el énfasis en los aspectos subjetivos de la obra. La finalidad de esta Biblia de estudio no es tanto explicar las peculiaridades históricas, culturales, lingűísticas y teológicas que enmarcaron el mensaje de Jesús y, posteriormente, la actividad misionera de los primeros creyentes, sino destacar aspectos del mensaje neotestamentario que se relacionan con la teología pentecostal. Esa tendencia puede notarse al revisar el índice de los artículos” (p. viii). La gran mayoría de los temas discutidos presenta esencialmente la perspectiva pentecostal de los asuntos tratados: la sanidad divina, poder sobre Satanás y los demonios, el vino en la época del Nuevo Testamento (dos artículos), el bautismo en el Espíritu Santo, el hablar en lenguas, la doctrina del Espíritu Santo, prueba del genuino bautismo en el Espíritu, dones espirituales para los creyentes, la separación espiritual de los creyentes, y normas de moralidad sexual.

La naturaleza misma de esta Biblia de estudio se descubre al analizar de forma sistemática las ayudas al lector. Su objetivo es, como se ha señalado, descubrir, enfatizar y destacar la teología pentecostal -de acuerdo con el Rev. Stamps- en los textos del Nuevo Testamento. Esa metodología podría tropezar con algunas dificultades, en el sentido de que en el pentecostalismo hispanoparlante hay diferencias teológicas, pastorales y hermenéuticas que no se han tomado en consideración en esta edición.

Material de estudio

La característica fundamental de esta edición de estudio es que contiene una serie bastante extensa de materiales adicionales para ayudar al lector. Entre los más importantes podemos identificar los siguientes: notas de estudio, artículos, mapas, índice temático, introducciones a cada libro, diagramas, pasajes paralelos y afines, y sistema de referencias recíprocas.

(1) Las notas de estudio (como el resto del material) se han escrito, como es natural, dado el carácter de la publicación, desde la perspectiva pentecostal. Se dividen en cinco clases: expositivas, teológicas, devocionales, éticas y prácticas. Muchas de las notas tienen un énfasis pastoral (véase Mt 5—7; 18.15); otras, ponen de manifiesto la teología pentecostal en torno a diversas creencias y prácticas (cf. Mt 16.4).

(2) La presente edición incluye 42 artículos. Su énfasis es explicar algún aspecto de importancia, para la teología pentecostal, de temas o textos bíblicos. A este respecto debe señalarse que hay temas fundamentales en la teología del NT que no se han incluido o no se han expuesto de forma adecuada; ej., el tema de la cristología (cf. p. 144).

(3) En la sección de mapas (que comienza con el Nº 10) se incluye, además, un plano del Templo en la época de Jesús (Nº 11) y un mapa de la Jerusalén actual (Nº 16). El mapa físico de la Tierra Santa (Nº 15) está muy bien preparado e incluye un diagrama de un corte transversal topográfico de Palestina. Las pp. 659—661 contienen un localizador de los mapas bíblicos en colores. Esta edición contiene varios mapas insertados en el texto bíblico (ej., los viajes de Pablo [pp. 273, 277, 289] y las iglesias del Apocalipsis [p. 601]).

(4) El índice temático (pp. 635—645) se basa en los temas tratados en el material de estudio y, de acuerdo con los editores, facilita la localización de esos temas en las notas, los artículos y las introducciones. La base para la elaboración de ese material no es tanto el análisis de los temas importantes para los escritores del NT, sino la identificación de asuntos que preocupan a la teología pentecostal. Hay una serie de temas importantes en la teología del NT que no aparecen en este índice temático. Podrían citarse, a modo de ejemplo, los siguientes: algunos títulos cristológicos, autoridad (de Dios y de Cristo), confesión y nombre.

(5) En esta edición no hay introducciones globales al Nuevo Testamento, a los Evangelios o a las Cartas. Se incluyen solo introducciones a cada libro del NT, las cuales están divididas en varias secciones: bosquejo del libro, autor, tema, fecha de composición, trasfondo histórico, propósito, visión panorámica y algunas características especiales. Además, en algunos libros se añade el principio hermenéutico, como en el libro de los Hechos, o interpretación, como es el caso del libro de Apocalipsis. Luego de las introducciones se deja un espacio en blanco para los apuntes del estudiante.

Las introducciones que se incluyen no discuten los problemas críticos de la literatura neotestamentaria: el problema sinóptico, las dificultades para determinar la fecha de composición de varios libros, la paternidad literaria de algunas cartas, las variantes entre el texto recibido y el texto crítico. Es importante destacar que la base para esta edición es la NVI, que no utiliza el texto recibido tradicional (es decir, el “textus receptus” que utiliza Reina-Valera), sino un texto crítico; sin embargo, no explica las dificultades y las diferencias textuales.

(6) Entre las ayudas que esta edición de estudio presenta al lector están los diagramas. Consisten de un recuadro con una explicación breve de algún tema. Entre los temas tratados están los siguientes: sectas judías, Semana santa, el ministerio de Jesús y los últimos días de la historia.

La presente edición incluye 19 diagramas. Al utilizarlos, el lector debe ser muy cuidadoso. Es importante recordar que la perspectiva teológica de Biblia de estudio pentecostal está definida por la teología del misionero Stamps. Es decir: los presupuestos teológicos y doctrinales de esta edición manifiestan convicciones que no necesariamente son compartidas por diversos sectores pentecostales hispanoparlantes. Un buen ejemplo de este tipo de dificultades se pone de manifiesto en el diagrama sobre “Los últimos días de la historia” (p. 590). Ahí no se distinguen las diferentes interpretaciones en torno al rapto de la iglesia, la gran tribulación y el reino final de Dios.

(7) Las referencias a pasajes paralelos y afines se identifican junto a los títulos de secciones; y el sistema de referencias recíprocas se incluye en una columna, entre los textos bíblicos.

(8) Esta edición ha incorporado un sistema de ayuda visual -símbolos temáticos- que contribuye considerablemente a identificar algún tema de importancia en el texto. Se indican en los márgenes, e identifican los siguientes temas: salvación, bautismo en el ser lleno del Espíritu Santo (sic), sanidad divina, segunda venida de Cristo, dones del Espíritu, fruto del Espíritu, la fe que mueve montañas, y evangelismo personal.

Teología

Uno de los aspectos más importantes en la evaluación de una nueva edición de la Biblia es la teología que presenta o presupone. En el caso de la Biblia de estudio pentecostal, el título mismo del volumen identifica la posición teológica de la obra.

Las prioridades teológicas de los escritores y editores de esta Biblia determinan el criterio para la selección del material de ayuda al lector que va a incluirse. Además, esa teología se manifiesta en la presentación de los temas discutidos. En los asuntos tratados e incluidos en esta edición es evidente la preocupación pentecostal por los asuntos éticos personales (ej., el tema del vino se discute en dos artículos [pp. 130 y 184] y la importancia del testimonio individual se pone de relieve en varios artículos [pp. 288, 350, 412, 430, 532, 570]). También se destaca la importancia de la actividad del Espíritu Santo entre los creyentes (pp. 144, 240, 250, 266, 366, 391, 412, 426) y se enfatiza la doctrina de la sanidad divina (pp. 20, 230, 231). Esas mismas tendencias teológicas pueden verse en las notas y en las introducciones.

Texto bíblico: Nueva Versión Internacional (NVI)

El texto bíblico usado en esta edición es el de la Nueva Versión Internacional (1990). Esa edición utiliza un lenguaje contemporáneo en la traducción de las Escrituras y aprovecha la erudición y los principios utilizados en la New International Version (1986). La base para esa traducción inglesa, que, a su vez, es seguida por la traducción castellana, es el texto crítico. Es decir, esta edición solo incluye en el texto bíblico las variantes de los manuscritos más antiguos de las Escrituras. Las referencias a los manuscritos posteriores se incluyen en las notas marginales (véase Mt 6.13; Jn 5.4; 1 Jn 5.7-8).

Es interesante notar que uno de los pasajes que no se incluyen en el texto bíblico de esta edición pentecostal es Mt 17.21. Este texto presenta, en el contexto de la sanidad de un joven endemoniado, la expresión “pero esta clase no sale sino con oración y ayuno”. Esta edición, dirigida a pentecostales, no incluye -sin explicar la razón- un texto que afirma dos componentes destacados de la teología pentecostal: la oración y el ayuno (cf. Mt 6.16n).

Comentario final

Es importante señalar, en muy buena tradición protestante, que los creyentes les damos la bienvenida a nuevas traducciones, revisiones y ediciones de la Biblia. Este caso no es una excepción. Esta Biblia de estudio pentecostal con ayudas teológicas, escritas para la comunidad pentecostal, puede contribuir a una mejor comprensión de los temas clásicos en la teología de ese numeroso sector de creyentes.